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Divorcio fatal

Todo sucedió el día que mis padres firmaron los papeles del divorcio. Mi madre se había quedado con el coche y la casa y mi padre con la moto y conmigo. Hacía ya unos cuantos meses que lo estaban preparando. Pero,que me dijeran de repente que iban a firmar los papeles me sentó como si me tiraran encima una jarra de agua fría. Al menos, mi padre que se sabía lo que venía, había estado ahorrando, con su gran sueldo de empresario, para comprar un piso. Al final había conseguido uno a las afueras de nuestro pueblo, Navalmoral de la Mata, que era lo bastante grande para los dos.

 

Ya habíamos llevado todos los muebles y estaba todo instalado para que nos pudiéramos ir allí a vivir. Me acuerdo perfectamente de aquel día. Llevaba puestos mis vaqueros favoritos, con una camiseta lila y mi chaqueta de punto blanca. Me despedía de mi madre con lágrimas en los ojos y con fuertes abrazos. Entonces monté en la moto en la que me esperaba mi padre. Arrancamos mientras me despedía de mi madre con la mano. Aún nos esperaban quince minutos de viaje.

 

Al cabo de un rato ya podíamos ver el piso, al lado de la enorme rotonda adornada con flores. Con las prisas por llegar y la angustia por haberse separado así de mi madre, mi padre no vio la señal que prohibía ir a más de cincuenta kilómetros por hora. Mi padre aceleró a ochenta y, cuando estábamos en mistad de la rotonda la moto volcó. El impacto fue tan fuerte que me sangraban las rodillas y no me podía mover. Pero me di cuenta de que, mi padre estábamos en mitad de la carretera. Justo cuando íbamos a levantarnos pasó un coche. Los dos morimos en aquel trágico accidente. Desde entonces, mi destino es vagar dando vueltas a la rotonda con la cruel intención de, a cualquier coche que vaya a más de cincuenta, aparecérmele y matarle del susto.

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